No Sudden Move, la última película de Steven Soderbergh es una obra maestra. Para algunos, su película más rotunda desde Traffic (2000), aquel narcofresco en el que ya participaron Benicio del Toro y Don Cheadle, ambos veinte años más viejos que nos lleva al Detroit de 1954, un momento en el que la capital del imperio del motor, como todas las grandes ciudades americanas, estaba experimentando una metamorfosis centrífuga.

El poder semioculto de No Sudden Move

Al contrario de las grandes urbes europeas, la clase media y alta blanca había emigrado masivamente, ya desde finales de la Segunda Guerra Mundial, a los barrios residenciales de la periferia. Aquel paraíso suburbial que los estudios Universal sintetizaron en un calle genérica conocida como Colonial Street.

En ese mismo decorado y no por nada ese mismo año, William Wyler rodó Horas desesperadas. Uno de los puntos de partida, desde el punto de vista argumental, de este subyugante neonoir, que muta en denso thriller de espionaje industrial en el que el espectador va siempre por detrás de los protagonistas, que tampoco saben a qué se están enfrentando, exactamente, cosa que hace todavía más impactante la revelación final: un episodio histórico, no lo suficientemente conocido, que nos habla tanto de segregacionismo urbanístico auspiciado por el Gobierno como del poder semioculto de la industria automovilística americana en el siglo XX.

De hecho, ya está todo dicho en los créditos iniciales, cuando Don Cheadle aparece caminando por las calles de Detroit al son de la elegante partitura retro de David Holmes. Tan determinante es el color de su piel como el hecho de que vaya a pie.

Negro y peatón, un doble desecho del llamado ‘sueño americano’ en una época que resuena particularmente en tiempos de Black Lives Matter. Siendo EEUU el país más contaminante del mundo. Dos factores, pues, el racismo endémico y la contaminación sistemática, que están mucho más relacionados de lo que parece.

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Película disponible en www.hbomax.com

Texto: Philipp Engel

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