Andaba yo en el asiento del metro recordando cuando mi padre me susurraba cuentos oscuros y misteriosos para que una vez en la cama, me durmiese rápido y no abriese los ojos hasta que saliese el sol y me fuese al colegio. Hänsel y Gretel o Juan sin miedo, y al menos en voz de él, me lo parecían. Los tiempos cambian, las historias y los canales de transmitirlas, también. El caso es que quizás y gracias a esas fábulas infantiles logré crecer con una pasión desmesurada por lo oculto, no tardé en degenerar y perderme con los relatos de Edgar Allan Poe, novelas gráficas de Alan Moore, el cine de los viernes noche donde descubrí genialidades como La invasión de los ultracuerpos…) y a día de hoy no hay noche que me acueste sin haber leído o visto una obra con el canguelo o secretos inexplicables como raíz. Mi almohada y yo, pensamos juntos.

Obviamente no siempre me queda el mismo sabor de boca, es decir, hay demasiados deslices que no son más que meras intentonas donde ni encajan las piezas de la historia, ni mucho menos los personajes. No ha ocurrido esta vez. Me zampé la primera temporada de Dark, la serie alemana de la plataforma Netflix creada por el cineasta suizo Baran bo Odar y Jantje Friese, como un poseso por su trama. Una sorpresa con mayúsculas con la que se coronó el 2017 y que muchos, demasiados han comparado con su hermana yanqui Stranger Things. Yo prefiero Dark, me siento más identificado con su ejecución y con su delirio. También con la época en la que se centra, al menos arranca, un futuro muy cercano, el año 2019. Me da más miedo. Más que pensar. Diez episodios totalmente adictivos donde se combinan a la perfección asesinatos o desapariciones incomprensibles, investigaciones imposibles, suspense paranormal e incluso viajes en el tiempo. Sucesos además concentrados, que no congelados -el salto de años, de ciclos es lo que tiene- en una pequeña ciudad llamada Winden donde todo el mundo parece esconder algo. Parece haber nacido con la naturaleza de la misma ciudad, un lugar al mismo tiempo engullido por la opacidad de cuevas y bosques imponentes, imposibles de doblegar, así como una central nuclear tan infranqueable y reservada como todo lo verde que la rodea. Por cierto, y si os digo que los mismísimos Hermanos Grimm se inspiraron en este bosque para obras como Rapunzel o…  Hänsel y Gretel. ¿Vaya casualidad no? Esto lo leí, no me lo invento.

No soy en absoluto amigo de las películas o series hechas a base de cortes, de flashbacks o artificios similares, pero en este caso concreto me trago esa antipatía. El puzle que hace tributo al mito de El Eterno Retorno funciona a la perfección. Está muy bien desarrollado y con poco que estés bien atento a la pantalla, no pierdes el hilo. Es más, te dejas los ojos en ella y las neuronas descifrando metáforas. Otro tanto a favor, el casting de actores. Estaba claro que para los productores y realizadores de la serie eran tan importantes como el mismo guión. Las distintas generaciones de los Nielsen, Kahnwald… diría que todos son increíblemente reconocibles, y no gracias precisamente a los efectos especiales a base de mallas digitales. Muy buenas interpretaciones además.

Capítulo aparte para la banda sonora original de la serie. Personalmente tengo una debilidad enorme por tres compositores contemporáneos que conviven muy bien con las imágenes. Uno es el compositor recientemente (y muy, muy tristemente) fallecido Jóhann Jóhannsson, otro es Jon Hopkins, y el tercero en discordia, Ben Frost. A este último pertenece el tema principal de la serie (drones y violines ensordecedores) interpretado junto a la Sinfonietta de Cracovia y Daníel Bjarnason, con quienes por cierto realiza en directo Music for Solaris, inspirada en la cinta de Andrei Tarkovsky. Dark para colmo se viste además de canciones que son para quitarse la gorra: Keep the Streets Empty for Me de Fever Ray,When I Was Done Dying de Dan DeaconMe and the Devil de Soap&Skin o por supuesto Goodbye de Apparat. Metéoslo en el coco antes de adentraros en el monte y cruzar una cueva cualquiera: el futuro es nuestro pasado y el pasado es nuestro futuro.

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Texto: Bruno Garca

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