Weatherall

Entrevisté a Andrew Weatherall el año 2004, tras la publicación del cuarto disco de Two Lone Swordmen, “From The Double Gone Chapel”. Me contó entonces que había decidido “aparcar la electrónica intelectual, porque echaba de menos la calidez de otras músicas como el rockabilly”. Si aquello lo hubiera dicho cualquier otra persona, habría pensado que me estaban tomando el pelo.

Andrew Weatherall tenía una capacidad innata para convencerte de que cualquier tipo de música merecía la pena, de que los géneros y estilos eran convenciones que había que tratar con ligereza, porque la recompensa era demasiado elevada como para perder el tiempo en cuestiones sectarias.

Más tarde reconocería que aquel disco era un homenaje a su primera juventud. A esa época, de finales de los setenta, en la que recorría las tiendas de su Windsor natal comprando singles de punk y post-punk, coleccionando referencias de Factory Records, que luego pinchaba para sus amigos en fiestas improvisadas.

Andrew Weatherall murió ayer 17 de febrero, a consecuencia de una embolia pulmonar. Tenía solo 56 años, y eso añade una pátina de tristeza a su marcha, porque ha sucedido demasiado pronto. Ahora que ha desaparecido, es fácil encontrar en periódicos y revistas especializadas todo tipo de historias acerca de su calidad humana y de cómo cimentó su leyenda en los primeros tiempos del acid house.

En aquella época pinchaba en el club Shoom, publicaba fanzines como Boy’s Own y aprendía los secretos de la producción, primero firmando remezclas para bandas como Happy Mondays, y luego ocupando el papel de productor en el influyente “Screamadelica” (1991) de Primal Scream, ese disco que consiguió que indies y raveros se abrazaran en una armonía teñida de química, y que el verano del amor se colara en las listas de éxitos.

Andrew Weatherall, mucho más que una reliquia del pasado

Pero la historia de Weatherall no se reduce a una serie de conexiones y discos realizados hace treinta años. La suya fue una carrera de larga distancia, punteada por cientos de discos y temas propios (en solitario, o con proyectos compartidos como Sabres Of Paradise o los citados Two Lone Swordmen), remezclas y producciones para otras bandas.

Campos en los que brillaba con una luz propia gracias a una sensibilidad y una capacidad de observación privilegiadas. Virtudes que le permitían sobreponerse a unas habilidades técnicas ajustadas, consecuencia de su condición de autodidacta.

Estas capacidades estallaban en todo su esplendor durante sus sesiones como DJ. Era ahí cuando demostraba la grandeza de su amor por la música y los discos. Por toda la música y los discos. Escucharlo pinchar era como sumergirse en un viaje por el tiempo y el espacio, en el que se podían mezclar techno con post-punk, rockabilly con acid house, krautrock con dub y música africana.

Como explicó en una entrevista para The Guardian, hace un par de años, la suya era una vocación “vampírica». «Nunca vas a volver a tener la sensación de escuchar ese disco que tanto amas por primera vez, pero si miras a los ojos de alguien que lo está escuchando por primera vez, la sensación es muy reconfortante”.

Una falta de prejuicios y de empatía que le impidió subirse a ese carro de Stadium DJs en el que terminaron compañeros de generación como Fatboy Slim o Chemical Brothers.

“¿DJs actuando como héroes? ¿En serio la gente está así de desesperada? Sé que el público necesita héroes, pero esto es ridículo. Fue una gran tentación, porque había mucho dinero en juego y diversiones de todo tipo al alcance de la mano. Pero al final, más que un gran gesto anti comercial, se trataba de que adoro la música pop y de que no quiero condenar a mi público. Puedes decir que tenía falta de ambición, pero era feliz con la vida que llevaba, y lo sigo siendo. Cuando tu afición se convierte en una carrera, y la carrera se convierte en un negocio, todo empieza a resultar fatigoso y cansino. Y te obliga a tener contacto con gente a la que no quieres conocer”.

Andrew Weatherall

Un idealista en la corte de Carcasona

Su última década de vida fue una de las más productivas de su carrera. Además de firmar varios discos notables en solitario, del calibre de “Convenanza” (2016) y “Qualia” (2017), y de aumentar su impresionante listado de remezclas, montó dos proyectos paralelos.

«The Asphodells» fue un brillante ejercicio de música cósmica, a medio camino entre el rock y la electrónica, que perpetró junto a su fiel escudero, Timothy J. Fairplay. Y The Woodleigh Research Facility, en el que conjuraba músicas de pulso dub y vocación ritualista junto a Nina Walsh. (Por cierto: el último EP del proyecto, “Facility 4. Into The Cosmic Hole”, vio la luz hace un par de semanas).

Mantuvo también un programa en la NTS de título revelador, “Music’s not for everyone”, en el que daba rienda suelta a su voracidad discográfica. Y ayudó a dar forma al festival Convenanza, una de las citas más particulares y especiales de la temporada, muy querida en OCIMAG.

Y no sólo por su ubicación en el castillo medieval de Carcasona, sino también por su ética particular. Como explicaba Bernie Fabre (socio de Weatherall) en una entrevista en OCIMAG, en la aventura, “la mayoría de los artistas que serían de primera fila en otros festivales no nos interesan. Así que preferimos darnos el gusto de descubrir al público bandas nuevas, que casi nadie ha podido ver en directo”.

 

 

Una mentalidad abierta y trascendente

También continuó trabajando como DJ, con una mentalidad cada vez más abierta y trascendente. En particular cuando se juntaba con su amigo Sean Johnston, bajo el nombre de A Love From Outer Space. El propio Sean Johnston, en una entrevista que le hicimos hace tres años, contó que la aventura comenzó porque descubrimos que a los dos nos gustaba mucho la música que iba despacio. Y empezamos a preguntarnos qué pasaría si bajáramos el pitch en general. Ya sabes, en los clubes normales se pincha a una velocidad de entre 120 y 125 BPMs, y nosotros estábamos pensando en reducirla a entre 100 y 105 BPMs. La ventaja, además, es que al bajar la velocidad podíamos empezar a pinchar un montón de temas de house, disco y techno que no suelen entrar en las maletas precisamente por eso: porque van muy despacio”.

Una apertura de mente que se traducía en sesiones espirituales, viajeras y también educativas. “Nos gusta tocar durante mucho tiempo, hacer sesiones muy largas, para poder crear una atmósfera propicia. Algo más complicado de lo normal porque el público no está acostumbrado a esta propuesta. Y no tenemos demasiados prejuicios, pinchamos música actual pero también temas muy antiguos. De hecho, nos gusta definir a nuestras sesiones como paseos por la historia de la música electrónica y de la música de baile”.

El nombre de guerra escogido por la pareja, A Love From Outer Space, era también un buen reflejo de la particular personalidad de Andrew Weatherall: el título de una vieja canción de los olvidados A.R. Kane.

Una canción que viajó en su maleta durante muchos años, y que llegó a grabar con The Asphodells, en una de esas raras ocasiones en las que la versión alcanza (¿tal vez supera?) a la canción original.

Ojalá, ahora que Andrew Weatherall se halla en algún otro lugar del espacio, encuentre algún sitio donde le permitan pincharla. Nosotros, aquí abajo, nos sentiremos un poco más solos.

Texto: Vidal Romero
Foto: Philippe Levy, Lucie Zorzopian

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