En «El planeta salvaje» (La planète sauvage, 1973) sucumbimos visual y mentalmente a la ciencia ficción más perversa y psicológica. Una donde recapacitamos de nuevo lo vulnerables e imbéciles que podemos llegar a ser. Si, tú, yo, ese y aquel: la raza humana.

No me interesa, ni siquiera lo más mínimo, todo el rosa que hay detrás de la famosa frasecilla ‘Hello Kitty’, me encanta sin embargo todo el universo que se esconde bajo el “hola friki”. En este segundo cosmos podremos colocar, sin pensarlo mucho, esta magnífica obra parida a medio camino entre Francia y Chequia.

Gracias a la animación más artesanal, esa un tanto olvidada construida a través de dibujos, “cut outs” de cartulina, sudor, lápices de color y gotas de tinta, se nos relata la penosa realidad de un diminuto humanoide en el planeta Ygam.

Terr, mascota de unos seres gigantones de color azulado, fisonomía a lo Giorgio de Chirico, orejas de aleta de pez y ojos rojo-sangre. En concreto, Terr resulta ser el juguete favorito de Tiva, una joven Draag (así se llama la raza de estos gigantes y evolucionados amigos de la meditación trascendental, no tanto de las fechorías de esos animales salvajes llamados ‘Oms’) que no acaba de caer ni bien, ni mal.

Dualidad entre hostilidad y hospitalidad

René Laloux, director y co-guionista de la obra (junto al novelista e ilustrador Topor) nos describe con habilidad -que no amabilidad- la vida entorno a ese crío humano cuya madre muere nada más empezar de manera, un tanto patética y accidental.

En hora y poco que dura la peli, de un modo u otro nos identificarnos con él, desde que gateaba a cuatro patas, hasta que luego se convierte en un estratega gracias a su aprendizaje y capacidad mental superior al resto de ‘cromañones’ de su especie: “los del Gran Árbol”, “los del Zarzal Profundo”… De ser un mero muñeco de compañía, logrará finalmente ser el artesano, el guía de un camino hacia un final incierto pero sorprendente que no pienso desvelar. Dualidad entre hostilidad y hospitalidad de principio a fin.

El Planeta Salvaje

El Planeta Salvaje

«El planeta salvaje», un relato lleno de pensamientos oníricos, sobresaltos cruentos y situaciones extrañas remarcadas más si cabe por los soniquetes y efectos de un enorme Jean Guérin junto a la música lounge, jazz y retro-futurista de Alain Goraguer.

Todo esto además, en un entorno de fantasía que por momentos nos puede retraer a la inventiva de Salvador Dalí, otras al Bosco (los animalillos que no paran de desfilar por esta joya bien podrían haber salido de su pincel) y yendo un poco más allá, siendo más rebuscado si cabe,  al particular mundo del ilustrador y arquitecto Roger Dean. Ese mismo que ideó hermosísimas portadas para bandas de rock progresivo o psicodelia como YES o Uriah Heep.

«El Planeta Salvaje», naturaleza orgánica nacida de lo imposible

Naturaleza orgánica nacida de lo imposible, perfecta para este cuento alienado de otro gran clásico, el libro «Los viajes de Gulliver» de Jonathan Swift. En su momento, este trabajo fue galardonado en el Festival de Cannes con el Premio especial del Jurado.

Desde aquí, y no solo por ese motivo, sino por lo atípica, filosófica, poética y fascinante película, que os queremos animar a ver. Sacude tus prejuicios de humano ¡y descúbrela!

El Planeta Salvaje

www.filmaffinity.com/elplanetasalvaje

Texto: Bruno Garca

 

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