Felipe Pantone lleva el grafiti en las venas. Emigró con sus padres desde Argentina cuando tenía diez años. Vivía en Buenos Aires y aterrizaron en Torrevieja. Apenas era un adolescente cuando pintó sus primeras piezas. Pasó del colectivo D.O.C.S. a exponer en el Palais de Tokio de París, de las calles de Valencia a vivir en aviones. Algunas de sus pinturas nos recuerdan a los juegos ópticos del op-art, y otras al formalismo de Grank Stella. Felipe retoma estos precedentes de la pintura abstracta para acercarlos y fusionarlos con la cultura popular (el mundo post-internet, topografías grafiteras, el ugly-design…) y dar con un lenguaje acorde con los tiempos hiper-modernos (que diría Gilles Lipovetsky). Felipe dice ser consciente de que la era digital supone un cambio total en todas las disciplinas… Tenemos «street art electrónico» para rato.

¿Cuándo pintaste tu primera pieza y cómo descubriste el mundo del grafiti? Nací en Buenos Aires, y a los diez años mis padres y yo nos fuimos a vivir a Torrevieja (Alicante). Allí siempre hubo mucho grafiti de toda la gente que venía de vacaciones, y todos mis amigos pintaban. A los doce años pinté mi primera pieza, y desde entonces nunca he estado más de una semana sin pintar.

¿Podrías relatarnos algo de aquel proyecto que fue D.O.C.S.? ¿Cómo recuerdas esa época? Lo recuerdo como una época de aprendizaje, inexperiencia, y ganas de hacer cosas. Ausias Pérez y yo empezamos a hacer ilustración tipográfica en la calle a mediados de la década de 2000 y, echando la vista atrás, creo que empezamos algo interesante. Al mismo tiempo, también me sirvió para entender que trabajar en dúo desgasta, que cada decisión ha de ser tomada y discutida entre dos y si se tienen las ideas claras se pierde mucho el tiempo. Pero, sin duda, lo recuerdo como una buena época. ¡Sobre todo divertida!

Trabajas con diferentes galerías alrededor del mundo. ¿Podrías contarnos alguna anécdota? ¿Trabajas con alguna galería española? Sí. Cojo muchas exposiciones pero en realidad no tengo compromisos con la mayoría de las galerías. Me refiero a esa concepción de ‘ser artista de una u otra galería’. En España hice un solo con Delimbo y este mes vuelvo a participar en una colectiva con ellos. Anécdotas no se me ocurren muchas: normalmente son relaciones muy civilizadas. Instalamos, inauguramos y cogemos un avión al día siguiente tras dormir poco.

Has participado en proyectos como Truck Art Project o el Wall Burners, en Ibiza, junto a Okuda. Explícanos más detalladamente en qué consistieron estos proyectos, ambos comisariados por Óscar Sanz. El primero es una propuesta muy interesante: devolver nuestro trabajo al principio, un back-to-basics bien producido. El segundo, siempre un placer colaborar con Okuda: es muy fácil para nosotros pintar sin siquiera hablar o dibujar de antemano. Recuerdo que aterricé en Ibiza desde Buenos Aires a las ocho de la mañana y a las diez estábamos pintando sin boceto. Los dos vamos componiendo por un lado y otro, compensando, y todo fluye de manera simple.

He leído en algún medio el nombre de ‘Street Art Electrónico’, pero conociendo un poco tus referencias y tu bagaje, pues sé que estudiaste bellas artes, vas más por otros derroteros, como puede ser el Op-art o el mundo post Internet. ¿Me equivoco? ¡Street Art Electrónico! Nunca había escuchado eso. Me interesan mucho los tiempos en los que vivimos, de conexiones rápidas gracias a Internet y la aviación moderna. Mi trabajo me ayuda a entender todo esto. Los elementos del arte óptico funcionan a la hora de dar dinamismo o sensación de velocidad a las piezas, igual que algunos otros elementos que utilizo en mis composiciones te pueden recordar a Internet.

¿Qué nos puedes contar del proyecto Lasco, del Palais de Tokio, en París? Es el único proyecto en el que realmente estuve cerca de conocer el límite. Cuando me invitaron estuvimos un tiempo pensando si hacerlo o no, por dimensiones y agenda. Finalmente hicimos hueco, y acabamos haciendo mi proyecto más grande en solo cinco días, y ¡fue muerte! Siete asistentes, tres grúas, mucha pintura y ¡muerte! Pero estoy supercontento con el resultado y por haber trabajado con el equipo del Palais.

Se tiende mucho a decir que el grafiti no es arte. Sin embargo, si te desplazas hasta la feria Frieze en Londres o Nueva York parece todo lo contrario. ¿Tú qué opinas al respecto? Mi opinión es que por definición no es arte. Para mí es un juego parecido al Monopoly, que consiste en poner tu nombre más grande, más veces, en más lugares y con más estilo que los demás escritores de grafiti. En principio no tiene por qué haber una pretensión artística, sino competitiva.

¿El grafiti en los museos? Pienso que aunque los escritores de grafiti en su mayoría no se consideren artistas, el grafiti es un movimiento importante. A diferencia del arte contemporáneo, que es todo aquel arte hecho después de la Segunda Guerra Mundial, que no tiene ninguna cohesión estilística o de intención, el grafiti es una corriente pictórica en activo desde hace más de cuarenta años, que aglutina a cientos de miles de adeptos en todos los países, con estilos y propósitos muy conectados. Las instituciones artísticas se dan cuenta de la magnitud, y es normal que se hagan libros al respecto, que se abran galerías especializadas e incluso que se hagan exposiciones en museos. Creo que el grafiti tiene interés en los museos desde un punto de vista sociológico, pero las obras tienen poco interés artístico.

 

felipepantone.com

Entrevista: Tactelgraphics

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